Le está tomando el vino y cuando llegue y vea que se lo
chupó la va a cagar a palos, pero no puedo decirle nada porque se la va a
agarrar conmigo o peor, capaz que ella para zafar me manda al frente como la
vuelta pasada y el guacho se me viene al humo a mí. Es en lo único que están de
acuerdo: fajarme y mandarme a pedir fiado al almacén o a mangar en la avenida
para comprar un tetra.
Ahí está. Viene subiendo por la escalera. Ojalá que se caiga
y se parta la cabeza como le pasó al padrastro del Colo. No jodió más, el hijo
de puta. Sube, lo oigo. Viene puteando. Está tan en pedo que ni puede hablar,
pero viene, se pone en cuatro patas y sube como puede puteando y carajeando por
la escalera de mierda, sube.
Mi vieja dejó el vino en el rincón donde lo había escondido
él. Cuando lo busque y lo encuentre no va a tardar nada en darse cuenta de que
está abierto, alguien lo abrió ¿y quién va a ser? Se le va a ir al humo y le va
a dar para que tenga, la va a dejar mormosa. Me tendría que haber rajado antes
¿para qué carajo me quedé? Apenas entre y empiece a darle a la vieja me
escabullo y me rajo, que la mate.
Entra y grita: «¡Negra! ¿Dónde te metiste, Negra?» Se lleva
la silla por delante y se cabrea. La levanta y la hace concha contra la mesa.
«¿Dónde estás, Negra?». La vieja no es ninguna boluda. Está en la sombra entre
el televisor y el armario. El hijo de puta debe de haber perdido al siete y
medio los pocos mangos mierdosos que le dio ella y le habrá quedado debiendo a
los perucas. Con los perucas no se jode. Dejás dos y al otro día tenés que
llevarles cuatro o te buscan y te rompen un dedo, no mucho para que puedas
llevar al día siguiente ocho y así siguen hasta que te dejan fiambre. «¿Dónde
te metiste, Negra, puta de mierda? Andá a laburar que necesito plata».
Y mi vieja la puta de mierda se va a poner el vestido
colorinche que usa para ir a Palermo ese que deja que se le vean las tetas y
con tal de que no la faje va a salir a chupar pijas por cien mangos pijas con
sida con pus lo que venga y también por cincuenta y por diez con tal de no
volver sin guita para que este mierda le pague a los perucas y se compre dos
tetra.
Salto de la cama y corro a la puerta sin darle tiempo ni a que se dé vuelta
al hijo de puta. Voy a uno de los perucas, el más piola, que me saluda y tira
onda para que haga de soldadito pero nunca me gustó ser mulo, tiraba, porque
después de la tercera entrada en el San Martín dejó de tirar, y le digo que
necesito plata grande para irme de la villa. «¿Plata grande? ¿De cuánta estás
hablando?». Cinco. «¿Lucas?». Y que van a ser. Le hago que sí con la cabeza.
«Para un trabajo grande vas a necesitar un fierro, y eso cuesta». Otra vez sí
con la cabeza le hago al gede. «Mirá, tiene que ser algo bueno si querés una
astilla de cinco lucas».
El gede me dijo que hiciera una moto de las buenas o una
alta bici, nada siome porque lo que le estaba pidiendo era mucho. Después buscó
en un cajón y me dio un fierro tan hecho mierda que le pregunté si servía y no
me iba a volar la mano al primer tiro. «Sirve, sirve, no te hagás el delicado».
Y me fui a buscar al Colo, que sabe hacerme la segunda en
estas cosas. Los dos queremos rajar de esta mierda, tomarnos el piro y hacer la
nuestra. Hablamos siempre de que necesitamos unos mangos para desaparecer, un
amuche que nos alcance para salir de la zona y ahora vengo yo con un caño y un
comprador para que me haga la gamba en este yeite. «Yo sé dónde podemos ir»
dijo enseguida, apenas le hablé. No es de andar con vueltas el Colo. «En la
zona de Retiro, detrás del hotel hay una calle muerta, muchas veces vi que
pasaban ciclistas y otros de esos que van corriendo, van y vienen y está acá
nomás. Se la ponemos y rajamos».
Y ahí nomás nos fuimos. No habíamos salido de la villa
cuando se prendió el Mono, que preguntó en qué andábamos y cuando le dije que
íbamos de caño se anotó, puro deporte, porque no estaba prendido, pero se vino
igual. Llevaba el fierro apretado con el cinturón, con miedo de que no sirviera
para nada y nos complicara la cosa, pero igual.
El Mono se plantó en la esquina haciéndose el colgado pero
vigilando que no vinieran los cobani aunque, según el Colo no íbamos a ver a ninguno
en esa zona y el Colo y yo nos adelantamos y nos paramos haciendo como que
estábamos de gran conversa.
Yo ya tenía el fierro apretado en el puño cuando vimos que
venía uno con una alta bici y casco y qué se yo y el Colo dice «Dale a este», y
salta de golpe y se le pone delante como si no lo hubiera visto y el tipo frena
y yo saco el fierro. El tipo grita «¡Llévense todo! ¡Llevense todo!» y yo le
quiero poner el caño en el cogote para que se baje pero se escapa un tiro de la
mierda esa que le vuela la cara al hijo de puta y se cae encima de la bici.
El Mono y el Colo salieron a la carrera y yo después, un
poco después porque quedé duro por la sorpresa por haberle volado la cabeza.
Corro y ya estoy cruzando la plaza, creo que nadie vio porque no había un alma
en la calle pero no, ahora veo que viene detrás de mí un cobani con la nueve en
la mano que grita «¡Alto, policía!». Trato
de alargar el paso. Corro más rápido pero el rati no afloja. Pienso que si
vuelvo al San Martín ahora, después de este cuetazo vuelvo siendo un poronga
que no importa si se escapó porque era un fierro trucho o si fue que apreté el
gatillo, la cuestión es que le volé la cabeza al gilastrún y eso vale para que
te respeten.
Me empuja y caigo de jeta al piso. Agarra una muñeca y la
retuerce para llevarla a mi espalda. Marroca. Ahora la otra. Respira agitado,
el cobani. «Lo mataste, no salís más». Le digo que tengo quince, que me van a
tener que soltar. Pero se lo digo para joderlo, no me importa si me mandan a la
tumba y me tengo que comer veinte años. Y si me llegan a soltar, si me sueltan,
digo, voy a la villa, le pido al peruca otro fierro y mato al hijo de puta
y a la puta de mi vieja.