Cuentos y relatos - Pura ficción "Si escribo lo que siento es porque así disminuyo la fiebre de sentir." F. Pessoa - Todos los derechos reservados -
miércoles, 10 de abril de 2013
Dos momentos
Miro hacia atrás. Contemplo el camino que sube dando vueltas desde tan lejos, que parece no tener origen ni destino. Guardo un recuerdo imperfecto de sitios por los que pasé, perdidos en la bruma de los años. Hacia adelante, percibo bancos de niebla como si la senda discurriera entre marismas y ciénagas. Musgo, insectos, olor de materia vegetal en descomposición.
Deambulé por planicies donde el sol reverbera sobre el asfalto y el calor hace danzar el aire ondulando el horizonte. No encuentro en la memoria huellas de sed, rastros de labios cuarteados ni ese regusto salobre en la boca de aquel que está condenado por la falta de agua. Hubo desiertos que estoy seguro de haber atravesado. No conservo imágenes, mi mente no lucubra escenas de arenas incandescentes. Sin embargo, sé de largas caminatas en las que sólo veía mis pisadas y tal vez, el rastro sinuoso de algún crótalo.
Puedo, sí, ver vados torrentosos, ríos que atraviesan el camino con su caudal de un millón de años arrastrando todo a su paso. Crucé por allí. Perdí mi mochila en el torrente o en remolinos emboscados en aguas que parecían mansas. No sé qué llevaba.
Distingo una zona oscura donde la vida y el sonido están ausentes, región donde el ser se desgarra en jirones o estalla sin ruido. Sé que ocurrió, aunque no advierto restos ni fragmentos. Sé que estuve en ese lugar y perdí el alma.
Tengo presente el camino mientras vacilo sobre la cornisa. Estuve asomado al abismo del que brotan los gemidos de los que no fueron, de los que no pudieron. Caminé por ese borde. Trastabillé dominado por el terror. Caí. Sigo cayendo aún, porque nunca llegué al fondo.
Vengo de cruzar el pantano donde permanecer inmóvil es seguir vivo y moverse es terminar siendo la presa en las fauces del predador. Fui pececillo y biguá, liebre y zorro. Sentí cómo se quebraba mi espinazo con el experto golpe de pico de la garza; sentí cómo cedían los cartílagos entre mis fauces, la selva bajo la lluvia, el amarillo de los trigales de las plantaciones hechas por el hombre. Y el sudor y la música y la risa.
Hubo algunos que ofrecieron un sorbo de agua. Los que señalaron un sitio para que hiciera un alto a la sombra de un árbol y quienes se apretaron haciéndome un espacio junto al fuego. No tengo registro de otros gestos. Llegué aquí. Estoy. No quiero mirar hacia atrás. Los puntos de partida o de llegada nada representan.
Nos guía el azar, ¿para qué interrogarnos? Nada puede alterar cómo he arribado ni lo que he venido a ser. Nada modificará tu camino ni borrará tus cicatrices. Estás aquí. Por una fracción de segundo nos cruzamos y nos demandamos el uno al otro.
Los cielos no son los mismos.
Necesito descansar. Ansío tus mieles, el roce de tus manos borrando mis arrugas y alisando mi pelo. Quiero que soples una risa sobre mi rostro. Oír tu voz. Que me nombres. Permanecer tendido mientras veo las ramas mecidas por la brisa.
Velaré tu sueño, tu goce, tu placer. Recordaré cuánto deseaba tu presencia en cada uno de los lugares en que estuve, cómo adiviné tu rostro sin que fuera posible darte las caricias que soñaba por las noches.
Voy a recorrer tus rincones y a demorarme en el río entibiando la piel en cada playa. Tronará la tormenta alrededor de los cuerpos anudados, nos abriremos a la vida, palpitará la célula, será eterno el instante.
Ya en la calma, reclinaré mi cabeza sobre tu frescor, que cobijará mi reposo.
Un cruce de caminos; dos momentos.
sábado, 23 de marzo de 2013
Al otro lado
Abrió la puerta del baño y vio la yarará. Cerró.
Tanto calor. Meses de seca. La casa abierta para que corriera un poco de aire mientras cortaba algunos racimos del parral.
Seguramente había entrado persiguiendo a los sapos que buscaban la humedad detrás del pie del lavatorio.
Tomó un rastrillo para asestar un golpe certero. Empuñó el picaporte y tensó el cuerpo.
La imaginó al otro lado, también preparada para todo.
Tanto calor. Meses de seca. La casa abierta para que corriera un poco de aire mientras cortaba algunos racimos del parral.
Seguramente había entrado persiguiendo a los sapos que buscaban la humedad detrás del pie del lavatorio.
Tomó un rastrillo para asestar un golpe certero. Empuñó el picaporte y tensó el cuerpo.
La imaginó al otro lado, también preparada para todo.
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martes, 12 de marzo de 2013
Embrujo
Vi a la araña urdir su trampa, y al insecto caer entre esos hilos que son apenas aire.
Veo llegar a la cazadora pronta para inyectar a la presa su ponzoña.
Es peor tu embrujo, que me quitó la vida y no me da la muerte.
sábado, 2 de marzo de 2013
La mentira
No es mío, dijo perforando los ojos que intentaban el engaño.
Yo sé que sí, insistió ella sin desviar la mirada.
Dejó esfumar la furia mientras terminaba el cigarrillo.
Pensó que sería duro vivir con esa mentira. Plantarse y no dejarla pasar era perderla.
Imaginó su vida sin ella.
Tomó su mano y sonrió.
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sábado, 23 de febrero de 2013
Juntos
Llevan horas tomando, uno ginebra, otro grapa, acodados en cada extremo del mostrador. A su tiempo, las miradas despuntan un rencor viejo.
Acortan distancia sin hablar.
¡Arrancá!, grita uno. Dos facones vuelan para hincar el hierro a fondo. Sin lamentos ni sorpresa, sienten cómo se les va la vida, juntos.
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domingo, 17 de febrero de 2013
Demasiado tarde
Lo distinguió apenas cruzó el puente y enderezó por el camino lindero al canal. El hombre traía al zaino sofrenado.
Por ese andar, retenido y desganado, supo que venía a cobrarle la antigua afrenta. Todo se sabe. Aquella deuda iba a ser saldada por su amigo, no por él. Pero ya era demasiado tarde para discutir el precio.
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miércoles, 6 de febrero de 2013
Ahora
Sabía que era un cobarde y que había
andado diciendo por ahí que lo iba a matar.
Pensó que elegiría una madrugada,
cuando saliera del quilombo.
Pero ahora, mientras tomaban un café, lo vio mover las manos bajo la
mesa, temblón y sudoroso, y comprendió que había llegado el momento.
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domingo, 3 de febrero de 2013
Hambre de viento
I
Dónde andarás cuando no estás presente.
Tus ojos refulgen.
Hace un segundo sentí que tu cuerpo huía a regiones que me
están vedadas. Aunque no me resigno, comprendo que ese fulgor no se repliega
porque no le es propio a tus ojos. Es un brillo ajeno, como una coraza, libre
de todo gobierno y así permanece.
La Luna lo tiene, igual que Venus. Uno se inclina a pensar
que no es posible que esa luz azul no sea más que un reflejo.
Ceder a la falsía no es menos doloroso que matar la
ilusión.
Estás aquí, puedo tocarte.
A mi lado están tu piel y tu carne pero sin fuego. Los irriga una sangre
congelada que devora nuestro calor. Y pierdo el habla. No puedo reclamar,
obligado por el juramento que me hice de no exigirte nunca nada.
Quedo pendiente de que ocurra tu regreso.
II
Soy una nave en dique seco, con el casco expuesto, lista
para navegar. Navaja de las aguas presa de puntales que la mantienen inmóvil,
sin destino.
Baja la noche sobre la costa.
Arriba, en lo alto del barranco, se enciende una ventana.
Donde debiera estar el horizonte -acaso perdido para
siempre- hay guiños de luces.
Todavía quedan huellas de pisadas en la playa, condenadas
por la marea que avanza.
La espuma se debate entre el aire y la arena, mientras
cuñas de quebracho aprietan el hierro contra las costillas y crujen las
cuadernas. Hay olor a brea pintura aserrín estopa.
Aún resuenan golpes
de martillos y hachuelas, solo un eco vencido por el silencio que va haciéndose
dueño del lugar.
No hay puerto que no pueda alcanzar. Conservo la arboladura
intacta para afirmar el velamen con hambre de viento. Pero estos postes de acero que se
clavan contra mis costados me sujetan.
Estoy en tierra. Soy un pájaro fuera del aire que bate las
alas en el vacío.
Veo el destello en tus pupilas y
espero que regreses.
miércoles, 2 de enero de 2013
SEÑOR DE LA TOGA
Estás
sentado en sillones de roble. El estrado impone. El salón podría albergar una
multitud. Los sonidos del mundo no traspasan las paredes del edificio. Reina el
silencio.
No
entiendo tu lengua. Si fueras mi señor debería dirigirme a vos usando “mi
señoría”. Sin embargo, debo llamarte “su señoría”. Es raro. Parece que fueras
señor de vos mismo y yo no pudiera calificarte mío de manera alguna.
Tampoco
entiendo porque tus sentencias se conocen como fallos. Todo resulta confuso.
¿No deberían llamarse aciertos?
Su
señoría, ¿de dónde sacás las palabras? Acabo de enterarme de que una sentencia,
si es definitiva es apelable. Al ser apelada, pierde su condición de
definitiva.
Voy
al diccionario. Supongo que debo recurrir a uno de nuestro idioma. Cito el de
la RAE. Sentencia: “f. Der. La que termina el asunto o impide la continuación del juicio, aunque
contra ella sea admisible recurso extraordinario”. ¡Ajá!
Sigo.
Definitivo: “f. Der. Aquella en que
el juzgador, concluido el juicio, resuelve finalmente sobre el asunto
principal, declarando, condenando o absolviendo”.
Su señoría, cada vez entiendo menos.
Soy un nulo. Como dicen ustedes, un lego, “adj. Falto de letras o noticias”. Pero estoy seguro de que con esfuerzo voy
a entender. Al fin y al cabo, el diccionario va a despajar las dudas. Perdón,
quise poner “despejar”. Igual vale, por aquello de separar la paja del trigo y
otros significados.
Oigo discusiones sobre la diferencia
entre sentencia definitiva y firme. Paso la páginas. A, b, c, d, e, f. Firme: “f. Der. Aquella que, por no ser susceptible
de recurso, se considera como definitiva” ¡Ajá!
O sea, su señoría, a ver si te
entiendo. Si es sentencia se puede recurrir a un recurso extraordinario. ¿No te
raspa la lengua eso de recurrir a un recurso? Pero si es definitiva es firme y
firme, quiere decir que es definitiva.
Ahora bien. Un presidente que
tuvimos, totalmente falto de mérito, huyó en helicóptero dejando treinta y ocho
muertos tras de sí. Pero en sentencia reciente una su señoría dice que lo deja
libre por falta de mérito, que él no tenía por qué haber sabido lo que hacían
los policías.
Disculpame, su señoría, pero soy
bastante bruto. Entonces, ¿los que tienen la culpa son los policías? ¡Ajá!
Entendí. Van a ir presos los policías. Cadena perpetua por matar a gente
desarmada, chicos y chicas de trece, quince, veinte años. ¡Muy bien! Lo que no
veo es la sentencia definitiva y ya pasaron diez años.
También recuerdo un asunto de venta
de armas y otro de la explosión de un polvorín que costó varias vidas más. O
sea: la falta de mérito vale tanto para presidentes como para causas.
Su señoría, confieso que estoy
confundido. Claro que comprendo que estás muy ocupado. Lleva años analizar los
méritos de una causa. Te llevó treinta años este asunto de los desaparecidos.
Por eso te pagan un sueldo tan bueno. Treinta años dedicados a un juicio no es
moco de pavo. Además, son tantas las cosas sobre las que fallás. ¡Cuánto
trabajo!
Un trabajo así da pérdida. Por eso
no pagás impuesto a las ganancias. Me voy desasnando. De burro entero paso a
burro tres cuartos. Digamos que soy un burro definitivo pero apelo a un recurso
extraordinario. Así es la vida.
Hablando de vida. Entiendo que tu
cargo sea de por vida. Es por economía, ya me di cuenta. Como seguís cobrando
el sueldo entero, mejor es que no te jubiles. Resulta más barato. Además, un su
señoría no sufre los males de los otros viejos. No lo afectan ni el alemán ni el
inglés ni ninguna de esas cosas que nos pasan a nosotros, los legos. Tu cerebro
no se inmuta.
Ahora que menciono esto de no
inmutarse. Mirá que te han sometido a presiones. Imagino lo difícil que habrá
sido mantener tu imparcialidad durante las dictaduras. Que te hayas mantenido
en tu sitial cuando llovían las balas y los sablazos demuestra valor.
Valor, sí. Lo importante para una
sociedad –según dicen- es no perder la escala de valores. Recuerdo haber oído
que había una escala de valores para cambiar la carátula de un expediente y
esas cosas.
Te admiro, señor de la toga. Admiro
tu seguridad y valentía. Si yo estuviera en tu lugar se me irían dudando los
años y tendría miedo de andar por la calle. ¿Será justicia?
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