Cuentos y relatos - Pura ficción "Si escribo lo que siento es porque así disminuyo la fiebre de sentir." F. Pessoa - Todos los derechos reservados -
sábado, 23 de febrero de 2013
Juntos
Llevan horas tomando, uno ginebra, otro grapa, acodados en cada extremo del mostrador. A su tiempo, las miradas despuntan un rencor viejo.
Acortan distancia sin hablar.
¡Arrancá!, grita uno. Dos facones vuelan para hincar el hierro a fondo. Sin lamentos ni sorpresa, sienten cómo se les va la vida, juntos.
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domingo, 17 de febrero de 2013
Demasiado tarde
Lo distinguió apenas cruzó el puente y enderezó por el camino lindero al canal. El hombre traía al zaino sofrenado.
Por ese andar, retenido y desganado, supo que venía a cobrarle la antigua afrenta. Todo se sabe. Aquella deuda iba a ser saldada por su amigo, no por él. Pero ya era demasiado tarde para discutir el precio.
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miércoles, 6 de febrero de 2013
Ahora
Sabía que era un cobarde y que había
andado diciendo por ahí que lo iba a matar.
Pensó que elegiría una madrugada,
cuando saliera del quilombo.
Pero ahora, mientras tomaban un café, lo vio mover las manos bajo la
mesa, temblón y sudoroso, y comprendió que había llegado el momento.
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domingo, 3 de febrero de 2013
Hambre de viento
I
Dónde andarás cuando no estás presente.
Tus ojos refulgen.
Hace un segundo sentí que tu cuerpo huía a regiones que me
están vedadas. Aunque no me resigno, comprendo que ese fulgor no se repliega
porque no le es propio a tus ojos. Es un brillo ajeno, como una coraza, libre
de todo gobierno y así permanece.
La Luna lo tiene, igual que Venus. Uno se inclina a pensar
que no es posible que esa luz azul no sea más que un reflejo.
Ceder a la falsía no es menos doloroso que matar la
ilusión.
Estás aquí, puedo tocarte.
A mi lado están tu piel y tu carne pero sin fuego. Los irriga una sangre
congelada que devora nuestro calor. Y pierdo el habla. No puedo reclamar,
obligado por el juramento que me hice de no exigirte nunca nada.
Quedo pendiente de que ocurra tu regreso.
II
Soy una nave en dique seco, con el casco expuesto, lista
para navegar. Navaja de las aguas presa de puntales que la mantienen inmóvil,
sin destino.
Baja la noche sobre la costa.
Arriba, en lo alto del barranco, se enciende una ventana.
Donde debiera estar el horizonte -acaso perdido para
siempre- hay guiños de luces.
Todavía quedan huellas de pisadas en la playa, condenadas
por la marea que avanza.
La espuma se debate entre el aire y la arena, mientras
cuñas de quebracho aprietan el hierro contra las costillas y crujen las
cuadernas. Hay olor a brea pintura aserrín estopa.
Aún resuenan golpes
de martillos y hachuelas, solo un eco vencido por el silencio que va haciéndose
dueño del lugar.
No hay puerto que no pueda alcanzar. Conservo la arboladura
intacta para afirmar el velamen con hambre de viento. Pero estos postes de acero que se
clavan contra mis costados me sujetan.
Estoy en tierra. Soy un pájaro fuera del aire que bate las
alas en el vacío.
Veo el destello en tus pupilas y
espero que regreses.
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