miércoles, 25 de diciembre de 2024

HERMAN MELVILLE. Su última esperanza.

 El 1º de agosto de 1819 nace en Nueva York, Herman Melville –hijo de un padre brutal, Allan,  violento, tal vez abusador–, y una madre que profesaba la rígida religión calvinista. Lo acunaron  el pecado, la represión y la culpa. Una culpa generada por la crianza estricta y el  convencimiento de que las recriminaciones y los castigos recibidos eran justificados. 

Un padre exigente, duro, que a los 5 años se lamentaba de que fuera «Muy atrasado en el habla  y lento en la comprensión», mientras que sobre el final de los estudios primarios de Herman, se  enorgullecía de tener el hijo que mejor capacidad oratoria mostraba en la escuela. Los pormenores de su vida y sus obras pueden ser consultadas en la red. En esta nota quiero  intentar mi lectura personal de su novela cumbre, la mas destacada de las once que escribió. 

El siglo XIX es la época de Dostoyevski, Whitman, Wagner, Van Gogh, Poe, Hugo, Tolstoi,  Dickens, Hawthorne, Marx, Mendeléyev, Einstein, solo para citar a unos pocos. 

Imagino a todos, los mencionados y otros como: Joyce, Orwel, Céline, Hemingway, Pavese,  Borges, leyendo Moby Dick y pensando en el hombre capaz de semejante portento, la novela  que se erigió como piedra basal de la literatura del siglo XX. William Faulkner* llega a confesar  que Moby Dick fue uno de los libros que le hubiese gustado escribir. 

Al igual que su padre, Heman Melville, era un hombre violento. Acaso, abusador también, de  carácter agrio, mordaz, burlón, fracasado, recio bebedor.  

Su primer hijo, Malcolm, se suicidó a los dieciocho años en la casa familiar (lo descubre el  mismo Herman Melville, después de derribar la puerta del dormitorio donde el muchacho se  había disparado un tiro en la sien). 

El otro hijo, Stanwic desaparece después de abandonar la casa familiar siendo joven. La hija,  Frances muere antes de cumplir treinta años.  

Moby Dick 

«¡Ahí sopla, ahí sopla! ¡Una joroba como un monte nevado! ¡Es Moby Dick!». ¿La novela es una alegoría de la lucha entre el bien y el mal?  

Ahab, el capitán del Pequod al que Moby Dick había arrancado una pierna, ¿está obsesionado  con vengarse? Muchas veces se ha dicho que el cachalote representa el mal, el Diablo, la fuerza  ciega de la naturaleza.  

Por mi parte veo a la ballena blanca como un retrato del escritor. Moby Dick es el propio  Melville, y todos los personajes muestran distintas facetas de su personalidad. Es él mismo el  objeto de su odio. El Capitan Ahab no busca justicia ni venganza. Es Herman –agobiado por la  familia destruida por él mismo– que necesita matar la culpa, el pecado, y por ello, a lo que llega 

en definitiva es a su propia muerte. Su última esperanza de dejar de ser lo que es: abusado y  abusador; castigado y golpeador. 

La voz del narrador: 

Ismael es el narrador. Melville necesita a este personaje para que sea la voz del relato, para que  describa el hundimiento del Pequod. Por boca de este joven inexperto que se embarca sumido  en la melancolía y la depresión para no meterse un tiro en la sien, habla el autor; el autor que comienza a escribir la obra con el mismo objetivo que su personaje: evitar el suicidio.  

La novela empieza así

«Llamadme Ismael.» 

«(…) cada vez que en mi alma hay un noviembre húmedo y lloviznoso; cada vez que me  encuentro parándome sin querer ante las tiendas de ataúdes 1(…) entiendo que es más que hora  de hacerme a la mar tan pronto como pueda. Es mi sustitutivo de la pistola y la bala.». En este capítulo inicial hay una escena que, para la dura coraza calvinista de la época, resulta  escandaloso. Ismael encuentra que el único hotel que acepta darle albergue lo que le ofrece es  que comparta una cama con otro hombre. Se trata de Queequeeg, un negro altísimo que será  contratado en el Pequod como arponero. Este arponero, negro, gigantón, que habla una lengua 

 

desconocida por Ismael, es con quien terminará despertando desnudo, abrazado y «con las  piernas entrelazadas». A partir de ahí serán compañeros inseparables. 

La obsesión: 

Grita Stubb en el capítulo 134 refiriéndose a Ahab: 

«—El loco diablo en persona va tras de ti.». 

En el capítulo siguiente, el que grita es otro oficial, Starbuck: 

«¡Ah, Ahab!, no es demasiado tarde (…) para desistir! ¡Mira! Moby Dick no te busca. ¡Eres tú,  eres tú el que locamente la buscas!». 

Stubb y Starbuck son las voces que llaman a la reflexión y a la prudencia. Son el cable a tierra  que el Capitan Ahab escucha cada vez menos, a medida que se acerca a la ballena. 

Melville, el hombre que se devora a sí mismo: 

El capítulo 66, relata el ataque de los tiburones a una ballena amarrada a la borda del Pequod.  Los marineros defienden la pesca golpeando con azadas marineras las cabezas y vientres de los  escualos. Entonces, alrededor del cacahlote capturado hierve un mar plagado de tiburones que  sangran por sus cráneos, panzas, tripas y sesos mientras se devoran ellos mismos en una orgía  de sangre. Creo que en este capítulo Melville muestra lo que él pensaba de sí mismo. 

«La matanza de los tiburones 

Cruelmente se daban mordiscos no sólo unos a otros, a las tripas que se les salían sino que,  como arcos flexibles, se doblaban para morderse sus propias tripas, hasta que esas entrañas  parecían tragadas una vez y otra por la misma boca para ser evacuadas a su vez por la herida  abierta.2 

En el capítulo 65 vemos una escena similar. Algo más suave, pero con el mismo giro. El oficial  Stubb come un trozo de ballena a la luz de una lámpara alimentada con aceite de la misma: 

«La ballena como plato 

Que el hombre mortal se alimente de la criatura que alimenta su lámpara y (…) se la coma a su  propia luz (…) parece una cosa tan extraña que por fuerza uno debe meterse un poco en su  historia y su filosofía.». 

Y reflexiona Ismael

«¿Caníbales?, ¿quién no es caníbal?». 

Melville, el hombre sin refugio: 

En el capítulo 23, Ismael habla del peligro de la costa que parece amiga pero oculta los  arrecifes, la restinga, los bancos de arena que destruirían a una nave. El peligro está en el hogar. 

«La costa a Sotavento 

(…) este capítulo de seis pulgadas es la tumba sin lápida de Bulkington. He de decir sólo que su  suerte era como la de un barco agitado por las tormentas, que avanza miserablemente a lo  largo de la costa a sotavento. El puerto le daría socorro de buena gana; el puerto es  compasivo; en el puerto hay seguridad, consuelo, hogar encendido, cena, mantas calientes,  amigos, todo lo que es benigno para nuestra condición mortal. Pero en esa galerna, el puerto y  la tierra son el más terrible peligro para el barco: debe rehuir toda hospitalidad; un toque de la  tierra aunque sólo arañara la quilla, le haría estremecerse entero.». 

El fin. Moby Dick arrastra a Ahab al fondo del mar: 

Cap. 135  

Es el tercer día que bajan las lanchas para cazar a Moby Dick. La persiguen. De pronto emerge  con varios arpones clavados, pájaros marinos picotean sus heridas, está envuelta en un enredo  de sogas y estachas. Realiza un salto prodigioso que levanta una neblina de espuma y…

 

«La caza. Tercer día 

(...) la ballena se apartó (…) y al volverse mostró un costado entero (…) en ese momento se  elevó un vivo grito. Atado con varias cuerdas al lomo del pez, amarrado en las vueltas y vueltas  con que, durante la pasada noche, la ballena había enrollado los enredos de los cables a su  alrededor se veía el cuerpo medio destrozado del Parsi, con su oscuro ropaje hecho jirones y  sus ojos distendidos volviéndose de lleno hacia Ahab.». 

La única lancha arponera que queda de las tres está rodeada de tiburones que atacan los remos y  la embisten. Ahab, de pie en la proa, grita: 

«(…) al fin lucho contigo; desde el corazón del infierno te hiero; por odio te escupo mi último  aliento.». 

Clava el arpón. La estacha vuela, se enrosca en el cuello de Ahab y cuando Moby Dick se  hunde, lo arrastra a las profundidades. Nada queda del Pequod ni de las arponeras. Los  tripulantes son tragados por el vórtice que genera el barco al hundirse.  

Y Melville debe ecurrir otra vez a Ismael –su voz– para terminar: 

Sólo uno se salva. El único sobreviviente del Pequod, es Ismael, ese joven de edad imprecisa  que inicia el relato, salva su vida dentro de un ataúd que flota en el mar, resto del naufragio, que  fuera cargado por su amigo Quequeeg cuando embarcaron. Resiste solo, en ese cajón que lo  salva de la muerte, rodeado por tiburones y halcones marinos que no lo atacan. 

«Y yo sólo escapé para contártelo 

(…) Al segundo día, un barco se acercó, y por fin me recogió. Era el Raquel, de rumbo errante  que, retrocediendo en busca de sus hijos perdidos, encontró sólo otro huérfano.». Moby Dick, Ismael, Ahab y el Pequod, no son más que máscaras o disfraces bajo los que se  oculta el hombre torturado por la culpa y el desprecio de sí mismo que fue Herman Melville. 

Acaso los escritores, en sus historias y relatos, no hagan otra cosa que exorcizar los demonios y  lavar las culpas de su vida. Pecios que brotan de las profundidades después de los naufragios  y flotan a la deriva en un mar oscuro que permanecerá oculto detrás de alegorías y metáforas. 

Notas: 

Los subrayados son del autor. 

1 – Ismael fascinado por las tiendas de ataúdes, se salva del naufragio en un ataúd, imagen de la muerte.

2 – ¿Esta escena habrá inspirado en Hemingway el viaje de retorno de El viejo y el mar, cuando   los tiburones atacan su presa? 

Bibliografía

Tomás Fernández y Elena Tamaro. «Biografía de Herman Melville» Barcelona, España: Ed. Biografías y  Vidas, 2004 

Víctor Moreno, María E. Ramírez, Cristian de la Oliva, Estrella Moreno y otros 

Website: buscabiografias.com - Publicación: 16/06/2002 

*James B. Meriwether «Ensayos, discursos y cartas públicas de William Faulkner» de la Biblioteca  Moderna , Chicago Tribune , 16 de julio de 1927 

Orlando Espósito – Revisión 20/12/2024



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